Su mismo atuendo parecía confirmar esta primera impresión, pues era sumamente sencilo y no sugería la más mínima sospecha de su origen noble. Era alto, delgado y condemasiada claridad daba muestras de una constitución agitada. Guardo de su rostro una imagen de una cara de color negro y castaño. Sus labios finos, que a veces sonreían irónicamente, pero normalmente eran serios, mostraban la mayor finura y amabilidad. Pero había sobre todo en sus profundos ojos un ardor etéreo. Especialmente cuando se hallaba entre grandes grupos o en presencia de de extraños podía quedarse sentado durante largo tiempo, entregado al silencio y hundido en la reflexión. Sólo cuando se encontraba con espíritus afines se entragaba por completo. Entonces hablaba a gusto y prolijamente, y se mostraba instructivo en sumo grado.
Henrik Steffens sobre Novalis.
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